Publicado en: Eco de Luarca. 16-8-1959, pág. 33
(Cuento de tradición oral)
Una vez era un amo que tenía un burro ya viejo que no le prestaba servicio. En vista de ello, acordó llevarlo al bosque para darle muerte. Al saber esto, el animal se marchó de casa para vivir algunos días más. Iba por un camino y se encontró un perro. Y le dijo:
– Compañero ¿qué haces? Te veo triste.
– Sí, en verdad lo estoy. Soy ya viejo y como no puedo correr tras las liebres, mi amo me quiere matar. Yo cuando lo supe, decidí irme por el mundo para alargar la vida.
– Pues a mí me ocurre otro tanto. Soy viejo y no puedo llevar cargas. Y mi amo pensó lo mismo que el tuyo. Vente, vámonos juntos, y haremos una orquesta.
Y se fueron juntos. Al poco tiempo encontraron un pobre gato sentado en una piedra y dando maullidos.
– Gato, que te pasa ¿por qué maúllas? dijo uno.
– Pues como soy viejo y no tengo dientes para cazar ratones, mi amo me quería ahogar. Y yo, al saberlo, me marché de casa con la esperanza de vivir más.
– A nosotros, que también somos viejos, nos pasó lo mismo – dijo el asno. Vente con nosotros y entre los tres haremos una orquesta.
Y el gato se unió a ellos. Iban andando los tres amigos, cuando se encontraron un gallo que cantaba con toda la fuerza de sus pulmones. El asno le habló así:
– Buenos días, amigo. ¿Cómo cantas de esa manera?
– Es que mañana es domingo y mi amo le dijo a la criada que me tenía que matar para ponerme con arroz. Ahora canto así para despedirme de la vida…
– No lo tomes de esa manera. A nosotros nos pasó algo parecido y nos vamos por el mundo. Vente con nosotros y haremos una orquesta.
Y los cuatro se fueron andando, andando… hacia el bosque. Y tan cansados iban y tan hambrientos que acordaron descansar un poco. Pero se quedaron dormidos. A medianoche despertaron y vieron una luz allá lejos. El asno, que todo lo dirigía, dijo:
– Si os parece bien, vamos hacia la luz a ver de qué se trata. Tal vez las gentes que allí viven, nos den algo de comer.
-Sí, dijeron los otros a una.
Y se pusieron en camino. Llegaron a una casa grande. Por una ventana de la cocina vieron la luz y cuando estaban discutiendo, dijo el burro:
– Yo, como soy el mayor, voy a subirme con los pies delanteros hasta la cerradura de la puerta y mirar por el agujero lo que hay dentro.
Así lo hizo. Y vio que dentro había una mesa llena de los mejores manjares y siete ladrones en torno a ella, estaban comiendo con apetito y mucha alegría. Y les explicó a sus amigos lo que veía.
– Que feliz sería yo si pudiera comer algo de eso – dijo el perro.
– Y yo, dijo el gato.
– Y yo, añadió el gallo.
El burro se quedó pensando como harían para hacerse los dueños de aquel festín. Vamos a hacer de esta manera:
– Yo me pongo con los pies en la pared y sobre mis hombros el perro, sobre el perro, el gato y sobre el gato, el gallo y cuando yo diga a la una, a las dos y a las tres, romperemos todos a cantar y si los ladrones se marchan, nos haremos los amos de todo. ¿Preparados? A la una, a las dos, a las tres…
Y se pusieron todos a cantar. El burro rebuznaba, el perro ladraba, el gato maullaba y el gallo daba su quiquiriquí fuerte y agudo. Los ladrones, que formaban una banda, al oír aquella sinfonía inesperada, escaparon como alma que lleva el diablo. Los cuatro músicos entonces, entraron en la casa y comieron de todo, hasta que se hartaron. Después de bien comidos y bien bebidos, apagaron las luces y cada uno se fue a su puesto. El burro a la cuadra, el perro detrás de la puerta de entrada, el gato junto al hogar y el gallo se subió a una viga. Pasados unos momentos, todo se quedó en silencio. Los ladrones no se habían ido lejos, así y todo, y al ver el silencio que reinaba, dijo el jefe:
– Si os parece bien, yo voy a la casa para saber que era aquello que tanto miedo nos dio.
– Eso está bien, dijeron sus camaradas.
Y se fue. Entró en la casa y se dirigió a la cocina. Al ver los ojos del gato, creyendo que eran brasas, puso una cerilla en uno para encenderla. El gato se le tiró a la cara y lo arañó lo más que pudo. Al salir por la puerta, el perro le clavó los colmillos en una pierna. Al pasar por la cuadra, el burro le dio una coz mayúscula. Entretanto, como empezaba a amanecer, el gallo lanzaba su quiquiriquí.
Cuando llegó el pobre ladrón, todo asustado, al lugar donde estaban sus compañeros, les explico:
No quiero saber nada más de esa casa que tiene una bruja que me arañó, y en la puerta un hombre con un cuchillo que me lo clavó en un pie. Al pasar por el establo un caballo que me soltó un par de coces y en el tejado había un juez que decía: ¡Traédmelo aquí, traédmelo aquí!
Y los cuatro animales vivieron contentos muchos años. Y los ladrones tuvieron que ayunar.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
SELA