Publicado en: Inédito
El árbol en comunidad forma el monte o el bosque.
El bosque llama a los pájaros, los atrae. Hay vida vegetal y vida animal.
Las copas se juntan y buscan un paralelismo que lleva hacia el cielo.
Los rayos del sol atraviesan el follaje como pueden y se proyectan en el suelo en forma de manchas amarillas.
La abuela de Caperucita vivía en el bosque. Hoy vivimos en el bosque. Y hay misterio. Y habiendo misterio, no hace falta decirlo, hay poesía.
Al monte o al collado
do mana el agua pura
Hasta las fieras buscan el amparo y el cobijo en el monte.
Los poetas han exaltado y cantado al monte.
Del monte en la ladera
Por mi mano
En la primavera y en el otoño es una escala viva de color que halaga los sentidos. En la primavera apuntan los colores verdes y amarillos. En el otoño, los bosques, para morir, recurren a una escala de amarillos sorprendentes.
Si el bosque lo integran árboles diversos, hay una casi permanente sinfonía de color. Todo es matiz, o clímax de matices.
Caen las hojas. Se pegan unas a otras como escamas. Poco a poco, se van pudriendo y pegándose al suelo o a la tierra. Con ella se desposan. Se funden en la tierra misma. Y las de cada año van sucediéndose unas a otras. Pero entre tanto, el árbol crece y cuando empiezan a cubrirse de hojas, los pájaros van eligiendo la rama donde han de construir su hogar de crianza. Solo hogar de primavera. Los pajaritos aprenden a volar de rama en rama.
El árbol o el monte en el invierno se desviste y se queda con sus ramas mondas.
El bosque es poesía divina. Poesía insuperable. Poesía de Dios.
El bosque, cuando los vientos son fuertes, canta. Canta canciones poéticas, emocionadas. En él hay dolor. Las ramas se rozan unas con otras, se hieren, A veces, se parten. Pero el monte canta. Los árboles se doblan, cimbrean.
Las humedades del bosque son las humedades que más se conservan. El sol no puede apremiarlas a que se volatilicen.
Los bosques alegran el alma, y como alma la tenemos todos y como además, las almas en sustancia, son iguales. De ahí se sigue que el bosque es un bien común. A todos, si somos sensibles, nos alcanza en la misma medida. A todos nos inocula y vacuna su fluyente encanto, su penetrante poesía.
La vida es buena debido a las suscitaciones que nos vienen de fuera. Y esas suscitaciones las analizamos o no. Las percibimos con la conciencia o no las percibimos. Nuestro espíritu se amilana o se esponja. Y muchas veces no sabemos el por qué.
El bosque, con su alegría, con su fuerza, nos penetra súbitamente. Y siempre para bien. Nada malo nos puede venir del monte. Pero goces, sin embargo, infinitos.