Publicado en: Inédito
Quien haya plantado un árbol, lo haya visto crecer y vivir, sabe lo que es un árbol.
Quien lo haya hecho así, crea un afecto. Crea, más aún, un amor.
Y un amor, ya se sabe lo que es, algo que nos encadena y ata.
El amor del árbol es algo cargado de fidelidades y de correspondencias. Sin querer vivimos en el árbol. El árbol vive en nosotros. Hay, y perdonadme la licencia, una comunión de almas, Íntima, gozosa.
Cuando se ama un árbol vivimos en permanente deseo, en íntima zozobra. Quisiéramos verlo crecer en una vida apresurada, llena de perfecciones y de belleza. Quisiéramos que tuviera más primaveras y más otoños.
Como si fuera un hijo.
El árbol agradece como nadie los favores que se le hacen. Si se ve acosado y dominado por malas yerbas, se cría enclenque o se muere. Si le despejamos el espacio…