LAS RIBERAS DEL EO. 13-7-1957. Hacia la ría del Eo. Ensayos de amor y otras cosas.
Por J. Rodríguez Fernández. Presbítero. Vegadeo
Alejandro Sela, un buen día, no sabemos si de día o de noche, nació en Vilavedelle. Si fue de día, el horóscopo no pudo ser más excelente, porque sus ojos, ojos picarescos, al abrirse a la luz, vieron un hermoso paisaje, anchuroso panorama: una ría, una ensenada, frondosos pinares, los de Granda y Punta de Veloso, prados y tierras que en la ensenada de Vilavedelle se abrazan y se hacen una misma cosa con el mar. Más abajo, un riachuelo que baja del monte, entre los caseríos de Iramola y Lantoira. En una cima, la ermita de Nuestra Señora del 8 de Setiembre, que tuvo antaño una fiesta muy rumbosa, como la de la Virgen del Camino de Ribadeo, como la de Porcia, que rivalizaban en vistosidad y en elegancia espiritual. Sí, misticismo y elegancia de aquellos tiempos que aún nosotros conocimos, han desaparecido. En aquel ambiente silencioso, pueblerino, de hermosas perspectivas, se despertó en el alma tierna, candorosa, de Alejandro Sela, el sentimiento de lo bello. Comenzó a amar intensamente.
Y ese sentimiento del Amor no le abandonó nunca. Su signo es el Amor. Le subyuga. Lo lleva muy hondo, muy metido en el alma. Y cuando se ama, se hacen cosas grandes. Del corazón repercute el amor en todas las cosas, en las más pequeñas, en los afectos personales, en la visión del paisaje. Ese Amor es un éxtasis cuando se contempla la Naturaleza. Sin caer en el panteísmo, decimos que Dios está en la Naturaleza y la Naturaleza en Dios. Es un reflejo del Amor increado; Dios es la primera causa de todo lo Bello. Se derrama de su infinitud, de su divinidad creadora y omnipotente. Sentir el misterio oculto del Amor en nuestro ser, es un regalo de Dios. Este don lo depositó Dios, con mano pródiga, en el alma de Alejandro Sela. Desde su niñez le conocemos. Y le conocemos mejor aún, ahora, en este preciso momento a través de las hermosas y juguetonas páginas de este libro, de reciente publicación. Nos fue gratísima su lectura. Algo entrañable para nosotros mismos, porque es nuestro, el paisaje, las perspectivas, el panorama, los pueblos, las costumbres, los tipos humanos, con quienes nos encontramos todos los días, con quienes hemos hablado ayer y hablamos hoy. Los capítulos, Gente Buena, El Jabalí que mató “El Tapón”, La Searila, son un encanto de ternura. La Searila no es de hoy. Pertenece ya a la Historia. Pero la estamos viviendo. Como si nos encontráramos a cada momento con D. Antonio Cuervo, el protagonista enamorado, y con Maria Rosa Pérez Castropol. Vivieron los dos enamorados para el Amor, y de amor murieron. Los caminos que los dos transitaron, los transitamos nosotros hoy. La casona, o casua, de Fondón y el palacio señorial de la Galea Baja, nos son familiares. En la parte alta del Campo Santo de Piantón, allí yacen los restos mortales de quienes tanto se amaron. Nuestros ojos se dirigen siempre, y tras la mirada tierna, nuestro corazón, como una plegaria, hacia aquella sepultura que recoge la envoltura de aquellas dos almas, que pasaron por este mundo en un delirio de Amor. Interesante es este capítulo del libro de Alejandro Sela. Es interesante todo el libro. Su aparición acrece la bibliografía, de lo que se viene escribiendo en los pueblos loarlos, por los escritores jóvenes, por los escritores viejos. Alejandro Sela escribe primorosamente. Otra faceta de su estilo, sencillo, claro, elegante, es la cualidad del buen humor, humor sano, espontáneo, que huye de su propia fibra, sentimental. Como escritor cultiva lo que tanto gusta a los lectores de hoy, la literatura costumbrista. Mesonero Romanos fue el gran maestro de esta literatura. Después del autor de las Escenas Matritenses, otros escritores españoles le han seguido. A esta familia pertenece Alejandro Sela. Serán, quizá, porque a nosotros nos agrada mucho. Y también a los aficionados a la literatura. Cultivemos el costumbrismo.