San Benito era de los nuestros…

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 21/28-10-1972

por D. ALEJANDRO SELA

San Benito Nació en Nursia – hoy Norcia -, en Italia. Hijo de familia acomodada, se fue a Roma a estudiar. Nació, se supone, hacia el año 480 de la Era Cristiana. Su biógrafo primero fue San Gregorio Magno, el cual vivió, siendo Papa, medio siglo después de aquél. Se cree que San Benito recibió alguna instrucción jurídica.

Durante algunos años vivió en soledad, es una cueva, en Subiaco. Y después, con discípulos, se dedicó a la fundación de monasterios. El principal, matriz, fue el de Montecasino. En este elaboró después de hondas meditaciones, la Regla, famosa norma que rige desde entonces la comunidad benedictina.

San Benito murió, se cree, el 21 de marzo del año 547. Y fue enterrado allí, en Montecasino, al lado de una hermana suya, Escolástica, también santa.

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Cuando hace años tuve conocimiento de la Regla, quedé asombrado. Se trata, para mi gusto y el de muchos, de un documento impresionante, por su contenido y… por todo. Por su rigor moral, por su sentido comunitario, por su valor jurídico y, también, por su importancia literaria. La he leído muchas veces. Más tarde, en viajes por España, he visitado bastantes monasterios benedictinos. Ahora recuerdo los siguientes: Montserrat (Barcelona), Valvanera (Logroño) y Silos (Burgos), de hábito negro, y que cumplen la Regla de pe a pa. Y otros, de hábito blanco, que también la cumplen con ligeras modificaciones adjetivas – no substantivas – hechas por San Bernardo de Claraval, San Bruno y otros. Son blancos los de Porta Coeli (Valencia), Cóbreces (Santander), San Pedro de Cardeña y la Cartuja de Miradores (Burgos), San Isidro de Dueñas (Palencia) y Poblet y Santes Creus (Tarragona). Hablar con los monjes de San Benito es una delicia. Son de lo mejor. Su misión en este mundo es rezar y trabajar. Ora et labora es su lema.

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Copio el capítulo XL de la Regla de San Benito, bajo el epígrafe “De la tasa de la bebida”.- Cada cual tiene de Dios un don particular, uno de una manera y otro de otra; por eso, con algún escrúpulo, fijamos para otros la medida del sustento; sin embargo, considerando la flaqueza de los débiles, creemos que basta a cada cual una hemina de vino al día. Pero aquellos a quienes Dios da el poder de abstenerse, sepan que tendrán especial galardón.

“Mas si la necesidad del lugar, o el trabajo, o el calor del estío exigieren más, esté ello a la discreción del superior, procurando que jamás se dé lugar a la saciedad o a la embriaguez”. Aunque leemos que el vino es absolutamente impropio de monjes, sin embargo, como en nuestro tiempo no se les puede convencer de ello, convengamos siquiera en no beber hasta la saciedad, sino con moderación, porque el vino hace apostatar aun a los sabios.

“No obstante, donde las condiciones del lugar no permitan adquirir siquiera la sobredicha medida, sido mucho menos o nada absolutamente, bendigan a Dios los que allí viven y no murmuren; les advertimos esto sobre todo, que eviten a todo trance la murmuración”.

Dom Odilon M. Cunill, comentador de la Regia, dice: “En la medida de vino fijada por San Benito se tiene a la vista la capacidad de los débiles. Admite, sin embargo, el hecho de que mientras unos beben, otros se abstengan de ello. Los que por una razón cualquiera desean beber vino, pueden hacerlo: la Regla les ampara”.

La hemina romana equivalía a 0,27 litros. “Pero – añade dom Cunill -, Según A. Lentini, biógrafo de San Benito, la medida a que éste se refiere – el santo – equivaldría a bastante más. Como en general para toda clase de alimentos, San Benito se muestra condescendiente en aumentar la medida de vino si las circunstancias lo reclaman y el abad lo estima conveniente”.

Los monjes de los monasterios de Poblet y Santes Creus, durante siglos fueron vitivinicultores. Todavía se pueden ver hoy las bodegas donde elaboraban sus caldos. Y el monasterio de Scala Dei, en ruinas, en el Priorato, también se distinguió por sus vinos.

Y por si fuera poco, el inventor o descubridor del vino de champaña fue un benedictino, Dom Perignon, mayordomo del monasterio d’Hautvillier (Francia) allá por los últimos años del siglo XVII y comienzos del XVIII.