Publicado en: La Semana Vitivinícola. 25-4-1970/2-5-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)
(Concurso Literario sobre el Vino)
Por ALEJANDRO SELA
Perito Agrícola. Juez comarcal de Castropol
La Celestina no era una distinguida señorita.
Cuando Rojas le hace salir a escena estaba viuda. Era, pues, una señora.
Su marido la amaba con todo cariño… El procuraba siempre tenerle en casa “un cuero lleno y otro vacío”, “Jamás me acosté – dice – sin comer una tostada en vino y dos docenas de sorbos, por amor de la madre, tras cada sopa”. Su marido cumplía, por supuesto, con su deber. Obras son amores.
Sin embargo, después, sola, “cuando todo cuelga de mí, en un jarrillo mal pegado me lo traen que no cabe dos azumbres”. (Cada azumbre llevaba algo más de dos litros.)
Otras veces, la pobre, tiene que ir a por él. “Seis veces al día tengo de salir, por mi pecado, con mis canas a cuestas, a le henchir a la taberna”. Esto le ocupa, naturalmente, tiempo. Y para evitar esta incomodidad dice: “Mas no muera yo muerte hasta que me vea con un cuero o tinaja de mis puertas adentro. Que en mi ánima no hay otra provisión, que, como dicen: pan y vino anda camino, que no mozo garrido”.
Todo esto se lo dice Celestina a Melibea. Y añade: “Así que donde no hay varón todo bien fallece; con mal está el uso cuando la barba no anda de suso”.
Analicemos. La Celestina, de lo dicho, se deduce que es una viuda que no olvida a su marido. Es una viuda enamorada… Y que cree que Melibea debe tener su varón para saber lo que es bueno… O, en otras palabras, que el mejor regalo que puede haber para una mujer es un marido. Por la experiencia que tengo creo que La Celestina está en lo cierto. Por esto sólo, y no es poco, esta señora me inspira una gran simpatía. (Por la parte que me toca, como varón y como marido, esta actitud me produce una indudable emoción. ¡Gracias, Celestina!)
El calor es vida. De día y de noche. En verano y en invierno. “Pues de noche en invierno no hay tal escallentador de cama”. “Que con dos jarrillos destos que beba cuando me quiero acostar, no siento frío en toda la noche”. “Desto – de vino – aforro todos mis vestidos cuando viene la Navidad”. «Esto me calienta la sangre”. “Esto me hace andar siempre alegre”. “Esto me para fresca.” “De esto vea yo sobrado en casa, que nunca temeré el mal año”. “Que un cortezón de pan ratonado me basta para tres días”. Se ve, para Celestina, que es más importante el beber que el comer. Naturalmente. El vino es un alimento.
“Esto quita la tristeza del corazón más que el oro ni el coral”.
“Esto da esfuerzo al mozo y al viejo fuerza”. “Pone color al descolorido”. “Coraje al cobarde”. “Al flojo diligencia”. “Conforta los cerebros”. “Saca el frío del estómago”. “Quita el hedor del hálito”. “Hace potentes los fríos”.
Sigamos. “Hace sufrir los afanes de las labranzas”. “A los cansados segadores hace sudar toda agua mala”. “Sana el romadizo y las muelas”.
Más. “Sostiénese sin heder en la mar, lo cual no hace el agua”. Claro, el agua en el mar, en los barcos, se pudre. Y el vino queda invicto.
“Más propiedades te diría dello que todos tenéis cabellos”. ¡Ya es saber!
“Así, que no sé quien no se goce en mentallo”. “No tiene sino una tacha: que lo bueno vale caro y lo malo hace daño”. “Así que con lo que sana el hígado enferma la bolsa”.
¿Se puede decir más y mejor en loa del vino?
“Pero todavía con mi fatiga busco lo mejor para eso poco que bebo. Una sola docena de veces a cada comida”. ¡Vaya! No está mal.
La Celestina sabía beber: “¿Pues vino? No me sobraba de lo mejor que se bebía en la ciudad, venido de diversas partes: de Mombiedro, de Luque, de Toro, de Madrigal, de San Martín y de otros muchos lugares, y tantos que, aunque tengo la diferencia de los gustos y sabor en la boca, no tengo la diversidad de sus tierras en la memoria”. Esto se llama beber con sentido. La Celestina bebía, sencillamente, con conocimiento de causa.
Oigamos ahora una confesión sorprendente: “Qué harto es que una vieja como yo, en oliendo cualquier vino, diga de donde es”. Esto es, a mi juicio, tener auténtica cultura de vinos. Es apreciar el bouquet. De verdad.
Celestina, hablando con Pármeno, hace un elogio de la mamá de éste, su amiga de antaño, fallecida. Habla: “En mi ánima, descubierta se iba hasta el cabo de la ciudad con jarro en la mano, que en todo el camino no oía peor de: Señora Claudina”.
“Y osadas (ciertamente) que otra conocía peor el vino y cualquier mercadería”. “Cuando pensaba que no era llegada, era de vuelta”. “Allá la convidaban, según el amor que todos la tenían”. “Que jamás volvía sin ocho o diez gustaduras, un azumbre en el jarro y otro en el cuerpo”.
“Así le fiaban dos o tres arrobas en veces, como sobre una taza de plata. Su palabra era prenda de oro en cuantos bodegones había”.
“Si íbamos por la calle, donde quiera que hubiésemos sed entrábamos en la primera taberna y luego mandaba echar media azumbre para mojar la boca”. “Más a mi cargo que no le quitaran la toca por ello, sino cuanto la rayaban en su taja”.
La Celestina, no hay duda, rendía culto a la amistad.
“Pondré cabe mi este jarro y taza, que no es más mi vida de cuanto con ello hablo”. Y, en cierto modo, repite la idea: “Esto me sostiene continuo en mi ser”.
Ningún autor, que yo sepa, toma esto en consideración. Sobre esta idea básica pervive en los comentaristas el velo indiferente del silencio. Menéndez y Pelayo, Cejador, Azorín, Maeztu, etcétera.
Estos señores nos hablan de los efectos: de la actuación “profesional” y, en cierto modo, “social” de Celestina. Y olvidan las causas determinantes de una vida, de un ser. El vino es consustancial con la célebre viuda.
Sin vino la Celestina no sería un tipo humano de gran relieve. Sería una mujer vulgar, un ser sin iniciativas, una paria. El vino la hace mujer fuerte, temperamental y resolutiva.
Fernando de Rojas, autor de La Celestina, era natural de La Puebla de Montalbán y ejercía su profesión de abogado en Talavera de la Reina, ambos pueblos de la provincia de Toledo. Vivió, pues, en una zona vitivinícola. Sus ideas, las expuestas sobre el vino, tienen el enorme valor de ser originales. Sin antecedentes. La mayoría de las ideas filosóficas contenidas en La Celestina, según los expertos, están tomadas de autores griegos y latinos. Si bien, es cierto, tocadas por la mano genial de Rojas. De la verdad de las ideas vinícolas esos expertos no dicen ni pío… Y es que los “grandes” de la literatura española cuando han querido, por comisión u omisión, hacer el tonto, lo han logrado de un modo… perfecto. La Celestina se publicó, en edición conocida, en el año 1499.
Sigamos con el texto celestinesco: “Después que me fui haciendo vieja, no sé mejor oficio a la mesa que escanciar”. “Porque quien la miel trata, siempre se le pega dello”. Y añado yo: Dime con quién andan y te diré quién eres. La Celestina anda con vino. Ella es, pues, vino. ¡Y con certificado de origen!