Gil Blas de Santillana

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 22-8-1970

Por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

El autor de esta novela picaresca es Lesage. Su traductor del francés, el Padre Isla. Se ha hablado mucho, hubo dimes y diretes, acerca de su auténtica paternidad. Que si Lesage se apropió de un texto hecho por otro, que si tal o que si cual. No entramos a dilucidar este asunto. No nos interesa.

La novela narra hechos ocurridos entre fines del siglo XVI y la primera mitad del XVII. Pero fue escrita al comienzo del siglo XVIII. Se escenifica por tierras españolas. Solamente. Y como está frecuentemente salpicada de referencias al vino, por eso le hemos metido el diente para subrayar o poner de relieve lo que de él se dice, pero en parte únicamente. La novela es amena, clara, interesante. Da para leer unos días. Y para pensar y soñar. Lo ideal como lectura.

Más de cien citas del vino he encontrado en ella. Gil Blas sabía leer. Y era o es muy delicado en sus expresiones. La frase “exquisitos vinos” la repite, según mis notas, más de doce veces. Pero usa, además, otras calificaciones: delicado, bueno, rico, sabroso, excelente, néctar… Y cuando el vino que toma no le gusta, le llama detestable, mediano… En una palabra, Gil Blas sabe por dónde se anda.

Creo que la verdadera historia del vino es pañol está en las obras literarias. Y por eso me meto con gusto en algunas de las para poner a flote lo que vale la pena que es conocido por todos. Se nota, lo noto yo, la sensibilidad del beber a través de los tiempos.

Gil Blas sale de Oviedo, su pueblo natal, y en un mesón de Peñaflor la hospedera, natural de Castropol, le sirve. Y aparece el gorrón, el pícaro aprovechado. Gil Blas pica y le invita a comer. Y el “fresco” bebía frecuentemente brindando unas veces a mi salud y otras a la de mi padre y de mi madre, no hartándose de celebrar su fortuna en ser padres de tal hijo. Al mismo tiempo echaba vino en mi vaso, incitándome a que le correspondiese. En efecto, no correspondía yo mal a sus repetidos brindis.

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Gil Blas, en sus andanzas, cae prisionero en una cueva de ladrones, donde hay de todo. Uno de ellos lleva a Gil a una bodega, donde vi una infinidad de botellas y grandes vasijas de barro bien tapadas llenas todas de exquisitos vinos. Los bandoleros se sientan a comer con mucho apetito. Convinieron todos en que parecía yo como nacido para ser copero cuyo.

Uno de los ladrones: Era hijo de un rico vecino de Madrid y le pusieron sus padres un preceptor que era bachiller de Alcalá. Este bachiller era inclinado a las mujeres, al juego y a la taberna. Y así salió el discípulo…

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Más adelante, huido de la cueva de los ladrones, se detiene a comer en alguna parte: Sentéme a una asquerosa mesa donde comí un pedazo de pan con un cuarteto de queso y bebí algunos tragos de un detestable vino que me trajeron.

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En Valladolid Gil Blas se coloca de criado con un tal doctor Sangredo. Y éste preguntaba a sus clientes:

– ¿Y bebe usted vino?

– Sí, señor, pero aguado.

– Justamente – continuó el médico – La vejez anticipada siempre es fruto de la intemperancia. Si usted hubiera bebido sólo agua clara toda su vida…

Define este doctor la vejez diciendo que era una tisis natural que nos deseca y consume. Fundado en esta definición lamentaba la ignorancia de los que llaman al vino leche de los viejos.

Este dictamen médico se encuentra en el primer tercio de la novela. Pero pasado el tiempo, después de varios años de aventuras, hacia la tercera parte del libro, Gil Blas vuelve a Valladolid y visita a su antiguo amo, ya jubilado, al que encuentra tomando agua… con vino.

Dice Gil Blas, al verlo, ¡Le he cogido a usted en el garito! Y añade: Encontróse el doctor algo atarugado con esta réplica.

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El hijo del barbero yo nos entramos los dos en una taberna. Presentáronnos un vino bueno, el cual me pareció mejor de lo que era por la gran gana que tenía de beberle.

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Bebimos perfectamente y después nos retiramos cada uno a su casa, en buen estado ambos; quiero decir moros van, moros vienen…

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Acompañó este exquisito guisado con vino que, según él decía, el rey no lo bebía mejor.

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Comenzamos entonces a roer nuestros rebojos y las preciadas reliquias de la liebre, alternando con tan frecuentes topetadas a la bota que en poco tiempo la dejamos enteramente pez con pez, sin que en este tiempo desplegase los labios ninguno de los tres.

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Si no estáis convidados os quiero llevar a una casita de los cielos, donde beberéis un vinito de los dioses.

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Cuando se sirvieron los postres les pusimos muchas botellas de los mejores vinos de España.

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Nosotros bebimos a discreción, ni más ni menos que nuestros amos, y todos estábamos bien compuestos cuando salimos de casa del señor Gregorio.

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Se refiere a los que alternaban con actrices. Nosotros vivimos y bebemos todos los días con ellas.

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Tratóse entonces si marcharíamos en aquel mismo punto o nos detendríamos primero a dar un tiento a la bota llena de exquisito vino que el día anterior había traído de Cuenca. Certifico la calificación. Yo he tomado vino de Cuenca en Tarancón, en Belmonte y en Mota del Cuervo.

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Bajamos al hondo de la cueva como el día anterior y pusimos a refrescar las botellas de vino en uno de los arroyuelos… Y después mandó traer las botellas que habíamos puesto a refrescar y comenzó a vaciarlas todas, ayudándole sus gentes y repitiendo a nuestra salud muchos brindis por irrisión.

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Empezaba a faltarnos el pan y nuestra bota se había convertido en un cuerpo sin alma.

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Soy del parecer que renovemos nuestras provisiones, y así, marcho con este fin a Chelva, que es una linda villa… Dicho esto cargó en el caballo la bota y las alforjas.

Volvió de Chelva con muchas cosas. No sólo traía la bota llena de exquisito vino y atestadas las alforjas de carnes asadas

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Pero como no vale nada el vino de esta posada, si usted gusta, en acabando de comer iremos a cierta parte en donde he regalar a usted con una botella más seco de Lucena y un exquisito moscatel de Fuencarral. Por esta vez es preciso correr el gallo; suplico a usted no me niegue este gusto.

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¡Hola! ¡Hola! Prudente capellán de monjas, vaya usted a refrescar ese exquisito vino de Lucena con que me ha convidado.

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¿Los poetas? ¡Perdone usted! – me respondió – Sería lástima dar a beber vuestro vino a semejantes sujetos; yo sé hacer mejor uso de él.

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A ningún borracho que ha dejado el vino se le debe fiar la llave de la bodega.

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GiI Blas era amigo del gobernador de Valencia. Y hasta tal punto que éste le debía el cargo a aquel. Este gobernador se muestra agradecido y le dice: Y pues estás determinado a vivir en el campo, le doy una pequeña quinta que tenemos cerca de Liria, distante cuatro leguas de Valencia.

Lo que me gusta mucho es que tendremos allí – en Liria – caza, vino de Benicarló y excelente moscatel.

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A cada bocado que comimos, mis lacayos de nueva fecha nos presentaban unos grandes vasos que llenaban hasta el borde de un vino rico de La Mancha.

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Bebimos abundantemente – en Liria – vino de Lucena otros muchos excelentes.

El lector se habrá dado cuenta. Se cita tres veces el vino de Lucena. Como yo estuve en este pueblo hace pocos meses, doy fe de que siguen siendo en estos tiempos excelentes los vinos de este hermoso lugar cordobés.

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Como dije al principio, hay en el Gil Blas de Santillana aproximadamente cien citas directas referentes al vino. Vale la pena que el curioso lector que no lo haya leído lo haga. Y verá las frases engarzadas en una prosa jugosa y sumamente entretenida.