Publicado en: Eco de Luarca. 30-3-1958, pág 3; De vuelta del Eo (1960)
Ramón de Campoamor es un poeta español, asturiano, de Navia. Esto naturalmente, lo sabemos todos.
Aquí está, en Navia, en efigie, estatuado en bronce. Hace más de doce años que lo veo casi a diario. Ni me dice ni le digo.
Sin embargo, yo lo miro siempre al pasar por su lado. Por lo menos de refilón. Y, la verdad, Campoamor me da pena. Lo veo tan aislado, tan solo…
Está sentado a cierta altura y tiene en la mano izquierda un libro abierto. Pero no lee. El brazo está hacia abajo, caído. Me da la sensación de que este hombre está cansado, aburrido, casi hastiado.
He aquí lo que un día fue gloria nacional. Ahora, en la soledad, da la impresión de no serlo. La candela de su gloria, por lo menos de momento, está apagada.
Nadie viene a ver a Campoamor, Si alguien lo mira no es como poeta, sino como estatua. La gente, lo noto yo, mira la obra de un escultor. Y de ahí no pasa. Obra que es, por cierto regularcilla.
Hay ocasiones en que algún forastero saca una foto a un familiar o a un amigo delante del monumento. Entonces el papel de Campoamor se reduce a ser… telón de fondo. O certificado de estancia. Poca cosa.
No, no se ve a nadie a su lado con calor de admiración ¡Qué va! Nunca vi persona alguna, hombre o mujer, niño o niña, que le lleve un puñadito de yerbas rematadas en flores. Que es el único regalo emotivo y tierno que se le puede hacer a un poeta.
¡Pobre Don Ramón!
Yo no soy nadie. Y, si soy alguien, necesariamente he de ser de lo más humilde. Pues bien, a mí, desde tan poca cosa, Campoamor me inspira compasión ¡A qué se llega!
En el verano, todos los años, en época de fiesta, le ponen delante un quiosco de tablas y barrotillo, provisional. Y, desde él, una orquesta toca a los vivos para que bailen. Desde sus instrumentos fluyen ritmos de tango, de fox o de rumba… Como las abejas de la colmena salen de allí, en revoloteo, corcheas, fusas y semifusas y salpican lo que hay en torno. Y él, Campoamor, desde su asiento, con ojos de cansado lector, o de lo que sea, ve y oye todo.
Es muy posible que esté todavía rimando filosofías. A lo mejor es su sino, quizá siga creyendo que las mujercitas tienen para él, el pecho de cristal…
Escribo en un día de invierno muy crudo, lluvioso y helado. Campoamor está solo y brilla… como el charol. Está mojado. Y el libro abierto gotea…
Leo al respaldo del monumento, en letras esculpidas en bronce:
Por iniciativa de asturianos que residen en ambos continentes se levanta este monumento en Navia, su pueblo natal, al más profundo poeta del siglo XIX.
Y un poco antes:
La Patria nunca olvida a quien la enaltece.
Patria, Poeta…
Y decir que alguien, escribió algún día
... pero es más espantoso todavía
la soledad de dos en compañía.