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Otro gran amigo fue el juez de Navia, Alejandro Sela, hombre inteligente y culto, cronista, con buena pluma, de aquella zona. De él aprendí mucho. Nos hizo conocer la leyenda de los amores de La Searila que, recogidos en un romance, oía cantar siendo niño en las orillas del Eo. Fue el primero a quien oí hablar del tema. Alguna moza amiga suspiró pensando en el romanticismo de esos amores. Sela, sujeto tan arbitrario como “el Neno”, era un animado convocador de tertulias.
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