Publicado en: Turismo y Vida. Junio-1972
por D. ALEJANDRO SELA
Yo he sido siempre devoto de los buenos libros, curioso del arte e inclinado a beber, cuando procede, vino. Y, aunque parezca mentira, me fue siempre posible hacer compatibles esos afanes.
La palabra vino se asocia con demasiada frecuencia a la idea de taberna. Y a sus posibles secuelas: vicio y borrachera… Pero hoy me es posible a mí asociar el vino y el arte. Cuando se tiene un fuerte punto de apoyo para decir una verdad, da gusto. Mi verdad en este caso es esta: el castillo de Perelada y su contenido son algo asombroso.
Este es un centro vitivinícola fundamentalmente. Pero lo curioso es que lo accesorio se confunde con lo principal. Los vinos de – mesa y champán – son buenos, especialmente selectos. Y elaborados con el máximo cuidado. Pero la envoltura o, mejor, su “hábitat” es soberbio y absorbente.
(Si alguna vez alguna lectora o lector tiene que pasar por ese “trago” que se llama luna de miel no debe ir a Perelada. La “pareja” corre el peligro de quedarse sola en medio de la calle y en lamentable abandono. Cuando se tiene una vocación intelectual, artística y vinícola a un tiempo, le hace a uno olvidarse de todo. En determinados casos. Incluso, claro está, de eso que a veces llevamos a nuestro lado y que dimos en llamarle “amor eterno.)
Para situarse conviene, al llegar al Alto Ampurdán (Gerona), dar una vuelta por él y ambientarse lo más posible. Véase Garriguella, Villamaniscle, Rabós, Espolla, San Clemente, Mollet… Con sus viñedos y sus olivos. Para recalar, por fin, en el castillo de Perelada.
En este lugar se debe solamente oír y callar. Gente competente y amable le dice a uno: “En este sitio, sobre ruinas ibéricas y romanas, en el siglo XII los carmelitas hicieron un convento. Y se pusieron a plantar viñas y hacer vino… En el siglo XIV se hizo el castillo que está a la vista. Los carmelitas, por lo que sea, se fueron. Pero desde el referido siglo XII hasta hoy no se interrumpió la elaboración de vinos en sus cavas”.
Acto seguido le llevan a uno a ver lo que, sin hipérbole, se puede llamar un museo completo de todo. Libros incunables en profusión, códices, tapices de Bruselas, cueros cordobeses repujados, arcones góticos, pinturas y esculturas de maestros, vidrios de Venecia, de Murano… Azulejos y cerámicas. A uno le entran por los oídos palabras con resonancias artísticas. Clichy, Sant Gobain, Bohemia. En fin, la Biblia. Todo de calidad.
Lo que yo pudiera decir sería pálido ante la realidad. El hoy titular, o dueño, de este complejo artístico vinícola es un señor a quien no tengo el honor de conocer. Pero es inevitable que lo admire. A él indirectamente le debo el haber pasado la mañana del día 14 de febrero de 1972 rebosante de emociones.
Quedamos, pues, en que en el castillo de Perelada se produce un vino con ejecutoria de ocho siglos.
Se dice pronto.