Publicado en: Programa de las Fiestas de Navia 1961
Ni lo fui nunca. Ni tengo la ilusión de llegar a serlo.
La razón parece clara. Cuando se vive en un pueblo del norte con playa, pueblo donde otros veranean, no se le ocurre a uno la idea de marcharse a otra parte. ¿Para qué?
No hay duda. A mí me gustaría mucho irme a otra localidad, cada verano, si pudiera echarme un primer amor, con todas las ventajas que ello supone: insomnios con delicadas congojas, tiernas emociones… Pero no sé por qué me parece que la lista de mis primeros amores está ya agotada.
Durante el verano, pues, no siento la necesidad de moverme. Desde hace tiempo, todos los años, tengo derecho a unas vacaciones con sueldo. Pero así como a este sueldo, por necesidad, he tenido que ingeniármelas para darle un destino, con las vacaciones, francamente, no sé lo que hacer. Yo creo que si pudieran negociarse en Bolsa, como los bonos de Tesorería, las cedería… a la par
Por otra parte, carezco de las cualidades y los anhelos del veraneante. Este quiere playa y sol, mucho sol. A mí el sol, durante el verano, no me da frío ni calor. Quiero decir que no me interesa.
Es más. Experimento un verdadero placer en ver las lluvias de las tormentas veraniegas. Las gotas de agua, gordas, caen verticales y pesadas como la plomada. Y, juntas, forman corrientes rápidas en las calles que se atropellan para escapar por los enrejados del alcantarillado. Y el ambiente de la calle, la atmósfera, después de esas lluvias, me encanta. Y el goteo de las ramas de los árboles. Y tantas cosas.
Ignoro lo que es el veraneo en cuanto viajero como padre de familia, así como el hacer las maletas al ir y al venir, buscar billetes de autobús o de tren, y todo eso. Sospecho que tenga sus momentos de emoción. Al menos es una experiencia vital.
Y si no soy una atracción para los forasteros, colaboro con el Ayuntamiento para que estos salgan de Navia contentos. Los atiendo lo mejor que puedo. Si alguno de ellos, es un decir, me pregunta por una calle, no solamente se la digo, sino que cambio mi propia ruta para acompañarle e indicarle el sitio preciso. Me esfuerzo por ser servicial. Así aporto mi granito de arena para que haya cordialidad en la Humanidad. Y sé decir con cierta corrección: “Yes, mistress» y «Oui, madame». Esto para el supuesto de que sea una extranjera estupenda quien me dispense el honor de dirigirse a mí. Ya se dieron casos.
¿Qué cómo paso el verano?
No hay queja. En el paseo o en las terrazas de los bares, mi cuerpo está donde tiene que estar. Pero no así mi espíritu. No puedo con él. Se me escapa volando y se va, de belleza en belleza, como si fuera una abeja libadora…
SELA