Publicado en: Eco de Luarca. 15-4-1956; Hacia la ría del Eo (1957)
Braulio Ibáñez vende calendarios. O, lo que es igual, almanaques. O, si se prefiere, “reportorios”. Todo viene a lo mismo. En el occidente de Asturias lo conocemos todos. Recorre los pueblos, uno a uno, especialmente los días de mercado, pregonando su mercancía.
El calendario Zaragozano
¡Y el gallego!
Braulio, que poco pasa de los cincuenta, es amigo mío. Nos conocimos, hace bastantes años, en la baca de la camioneta de Sánchez, el hidalgo del volante de por acá. Dentro no se cabía. Era un sábado, día de mercado en Vegadeo. Llovía y hacía un frío cruel. Quizá fuera por el mes de enero. Él iba arropado y protegido por una zamarra con las solapas levantadas. Y yo con el amparo bien menguado de una gabardina. Y así, al “calor” de un transitorio infortunio que nos unía, comenzamos a hablar de cosas de la vida…
Y, desde entonces, en la temporada invernal, nos vemos todos los años.
Hoy nos encontramos en el café Oriental, de Navia. Vino a saludarme al rincón donde yo dedico algún tiempo de las mañanas a la lectura… Le invito a tomar un “cortado”. Y se sienta.
– ¿Cómo marcha el negocio, amigo Braulio?
– ¡Bah! Regular. Hay mucha competencia. En algunas tiendas también se vende esto. En mi negocio de vendedor ambulante hay que moverse mucho para “ir tirando”.
– Dígame ¿qué artículos expende con su comercio?
– Mire. Dos calendarios: el zaragozano y el gallego. Y también dos clases de tacos: el de cantares y el del Corazón de Jesús. Nada más.
– ¿Quiénes son preferentemente sus clientes?
– Los labradores, la gente del campo. Los calendarios no solamente dicen con claridad el tiempo que va a venir, sino que traen con toda exactitud las fases de la luna. Y esto tiene mucho valor para los cultivos. Ya sabe usted que hacer las siembras en el menguante o en el creciente tiene su importancia. Y la corta de maderas lo mismo. Y la matanza del cerdo para que se sale. Y otro tanto hay que decir de ciertas operaciones en animales domésticos…
– ¿Y cree en eso que está diciendo?
Braulio se sonríe. Como si fuera un personaje de novela. Con sonrisa sardónica – Vea y lea – me dice.
Leo. “Creciente, en GÉMINIS, a las 5:13 h de la tarde. Habrá días tranquilos de escasos nublados, pero ambiente húmedo, con rocíos y alguna niebla, y otros anubarrados y de lluvia, temporal bonancible por algunos días propicio para los campos. «Bien – le digo – en vista de esto daré las órdenes en mi casa para que vayan plantando el cebollín… ¡Por si acaso!»
Braulio vuelve a reírse… Le ofrezco un cigarrillo de los míos, de los que la Tabacalera vende con el nombre de Ideales. Son rubios ¡por el lado de fuera! Pero no fuma. Braulio no tiene vicios pequeños.
– ¿Cuantos pueblos recorre en el ejercicio de su comercio?
– Bastantes. Luarca, Navia, Trevías, Vegadeo, Puente Nuevo y algunos más. Donde hay mercado no fallo. Y antes de que se reúna la gente para éste, suelo recorrer las calles de las villas voceando el artículo por si surge algún comprador.
– ¿Cuándo comienza la temporada de venta?
– El día trece de Diciembre, en la feria de santa Lucía, de Anleo.
– ¿Y cuándo termina?
– Suelo rematar la temporada en el mes de marzo, en uno de los mercados de Trevías.
– ¿Y dónde tiene su casa, donde vive?
– En Barres. Allí tengo mujer e hijos, dedicados a trabajos de labranza.
– Y a la que se dedicará usted al terminar la temporada comercial
– Pues no señor. Concluida esta temporada realizo trabajos a base de alambre. Hago bozales para el ganado, ratoneras, hueveras, etc., etc. Después dedico algún tiempo a obras de latonería y construyo moldes para empanadas y de repostería, farolillos de aceite y cosas de esas. Y en el verano me pongo una chaquetita blanca y con un carrito también blanco voy a vender helados por Tapia, Castropol, Vegadeo…
– ¡Caramba! Usted, en el fondo, es un pozo de ciencia. ¿Dónde aprendió tanta cosa?
– A hacer trabajos de latonería, en Madrid. Helados, en Valencia. Y lo del alambre, en Extremadura.
– Y además, por lo que se ve, ha viajado…
– Mucho. Nací en un pueblo de la provincia de Santander muy cerca de la linde con Asturias. A los ocho días ya me llevaron por el mundo ¡La vida…! Desde hace veintidós años, como le dije, vivo en Barres.
– ¡Estupendo!
Braulio Ibáñez guarda como un tesoro el patrimonio que es más preciado por la gente humilde: la honradez. Él sabe sortear los avatares de la vida como un caballero que va siempre por el buen camino…
En esta mañana de invierno se ha tomado a mi lado un café caliente. Y se fue, de nuevo, a la calle a hacer su pregón.
El calendario Zaragozano
¡Y el gallego!
No se sabe, ciertamente, la trascendencia e importancia que, en el orden cultural, tienen los calendarios o almanaques, en los hogares de estos pueblos. En ellos se lee, por viejos y nuevos. A veces a la luz de un leño llameante. Y se van enterando de esas gotitas de filosofía o máximas que dicen verdades como puños y que tan hondo calan en sensibilidades por gastar ¡Cuantos no habrán aprendido a requebrar a una mujer con cantares de Narciso Díaz Escobar! Y eso también es adquirir cultura…
Siempre se encuentra algo que le viene bien a uno. Yo ahora, arranco la hoja de un calendario de cantares y leo esto de Campoamor:
Las niñas de las madres que amé tanto
me besan ya como se besa a un santo
¡Gran verdad! Pero en el fondo es halagüeña. Lo que se pierde en hombría se gana en santidad. ¡Y no es poco!