CONFERENCIA PRONUNCIADA POR ALEJANDRO SELA EL 14 DE ENERO DE 1934, CELEBRANDO EL PRIMER ANIVERSARIO DE LA BIBLIOTECA DE PIÑERA.
La conferencia fue publicada en el periódico semanal de Ribadeo, «La Comarca», en cinco entregas (o más) entre los meses de febrero y marzo de 1934.
Solo se han localizado los ejemplares de tres de los periódicos.
Publicado en el periódico semanal de Ribadeo “La Comarca”, nº 786, el 4-2-1934.
Siete sucursales tiene la Biblioteca Popular Circulante del Castropol y la matriz, con esas sucursales, tiene más de 4.000 libros de diferentes géneros y épocas. Los lectores de Piñera no poseen esos 4.000 volúmenes, pero disponen de ellos, porque la facultad que concede la B. P. C. de renovarlos una vez leídos por los vecinos de la parroquia, permite que por aquí pasen todos esos libros a medida que se necesiten. Con esta cantidad ten hermosa, que será más cada día que pase, de obras literarias, tienen los lectores del Municipio un vasto campo donde poder dar gusto a sus apetencias literario-artísticas. Y con esta base el que tenga un poco de afición no debe encontrar misterios en los tratados de literatura, de cualquier clase que sean.
Teniendo en cuenta que el que coge una obra, sea novela, sea de teatro, lleva más intención que la de pasar un tiempo no aburrido; es decir, que le guie ambición de aprender algo, este ha de procurar ir a ese libro con la máxima preparación posible, para que le sea más grato, para que, en una palabra, lo asimile mejor. Nosotros creemos que la Historia literaria y la crítica contribuyen con mucho a facilitar ese entendimiento, a iluminar la visión de lo que se lee; la Historia literaria marca el linde dentro del que se ha de mover el lector literario. Y ese linde se hace más interesante en el comienzo de la literatura, cuando toman arranque e impulso las primeras manifestaciones de la escritura del pensamiento. Por eso no ha de extrañar que hayamos elegido el tema “Comienzos de la literatura española” en el primer aniversario de esta Biblioteca.
Según las estadísticas de la B. P. C. en el año 31, en la central, se han leído 1.400 novelas: sólo 17 obras de crítica e historia literaria. La desproporción nos parece una cosa a todas luces injustificada; mucho más si consideramos la Historia y la crítica como fuente de toda lectura provechosa. Fijémonos solamente en D. Marcelino Menéndez y Pelayo, gloria de las letras españolas. Este gran escritor brilló, sobre todo, en sus trabajos de investigación y critica; él fue el que desentrañó, como nadie, la enmarañosa situación de las letras españolas, en sus orígenes principalmente. Sus obras “Orígenes de la Novela”, “Historia de las ideas estéticas de España”, “Horacio en España” y varias Antologías poéticas, no tenían otro objeto que ponernos en claro punto obscuro de las letras españolas. Lo mismo que él, otras notabilidades: Menéndez Pidal, Rodríguez Marín etc.
Hay lectores de biblioteca que se leen varias obras semanalmente; al elegirla se fijan probablemente en su título, en sus autores; conocen otras del mismo que les han gustado y quieren seguirle. Esto está bien, pero hay algo más para lograr un solez perfecto; hay que fijarse además en el antecedente histórico del género que se lea; el que lleva una novela de costumbre, pongo por caso, debe saber cómo ha empezado esa clase de novelas, quienes fueron los primeros autores costumbristas, qué fines perseguían y cómo plasmaban en sus libros lo que veían en el pueblo. Seguir después progresivamente la lectura de obras de esta naturaleza en sus diferentes épocas y autores hasta llegar a la actual. El que con esta preparación coge una obra del día de costumbres puede dar una opinión muy sensata de lo que lee. Y lo que es más bonito todavía, un simple aldeano como nosotros puede hacer crítica tan digna de respeto como cualquier otro ciudadano.
De esta forma se educa la inteligencia y se disciplina, marcándole una pauta que nunca puede ser equivocada.
Por el contrario, el que lee hoy una obra de una cosa, mañana de otra, pasado diferente etc. etc. podrá distraerse más o menos, no lo discuto, pero nunca tendrá en su cabeza un lastre que las obras bien comprendidas suelen dejar. Y vamos a los “Comienzos de la literatura española”.
El idioma español, el castellano, deriva como el italiano, francés etc., del latino. Debido a la invasión romana en España y mientras duró su dominación, se hablaba el latín; pero un latín en general impuro, porque los indígenas, los habitantes que persistían de antiguo, se mostraban reacios a admitirlo, y lo mezclaba con el idioma que tenían. Posteriormente, las invasiones de otros pueblos, como los germanos, hicieron más indefinible el idioma, y más tarde los árabes también han influido, no poco, en hacer más variado el idioma usual. Así que en el siglo X se hablaba en España un idioma que era la resultante de la reunión de lenguas de todos esos pueblos, teniendo como punto de partida y madre el latín. A este primer balbuceo de castellano se le llamó romance.
(Continuará)
Publicado en el periódico semanal de Ribadeo “La Comarca”, nº 787, el 11-2-1934.
(Continuación)
Como Ias primeras manifestaciones de literatura española se dieron a partir del siglo X es lógico que tenían que hacerse o escribirse en el idioma usual, en este romance de que acabamos de hablar. Pero esas primeras manifestaciones no se conocen en sus primitivos textos sino en copias que de ellos se hicieron en épocas posteriores. Estas copias no reflejan exactamente el original, sino que se desvían a veces de èl pero no por ello dejan de demostrarnos las inquietudes de los primeros autores españoles.
Todos los asuntos de que trataban eran religiosos y épicos; al menos no se conoce obra alguna que fuera de género distinto a estos. Hay sin embargo quien cree verosímil la existencia de muchos himnos o canciones devotas que revistieron un aspecto más o menos dramático; pero no hay un solo ejemplo de ello. Lo que nos queda del drama antiguo, se refiere a una obra de fecha relativamente tardía, de inspiración erudita, obra, sin duda, de un eclesiástico. Es el “Auto de los Reyes Magos”, misterio español descubierto en el 1785 por un arzobispo de Santiago de Compostela, D. Felipe Fernández Vallejo, que reconoció en él un drama escrito para la fiesta de la Epifanía (fiestas que celebra la iglesia el día 6 de enero, con motivo de los Reyes Magos) y lo supuso derivado de un original latino. Y, efectivamente, lo era. El “Auto de los Reyes Magos” procede de uno de los oficios latinos usados en Francia; su tema es la leyenda de los reyes magos (El “Auto de los Reyes Magos”, muchos lo recordarán, ha sido representado hace ahora un año en Castropol, con una maravillosa escena obra del malogrado artista y amigo de todos Manolo Marinero). Los oficios latinos son interpretaciones de piadosas tradiciones orales en su mayoría. La fecha en que se compuso el Auto no se sabe ciertamente, pero lo más probable es que lo fuera en el siglo XII. Sólo se conservan de él 147 versos; el final se ha perdido, y la composición termine en el momento en que los sabios consultan sus libros sagrados para responder a Herodes acerca de
“Los prefacios las que nos dixo Jeremías”
Guiados por una estrella, los magos Gaspar, Melchor y Baltasar se presentan sucesivamente en escena; luego aparecen los tres juntos. Celebran el nacimiento de Cristo, a quien vienen a adorar, después de una peregrinación de trece días; encuéntranse con Herodes (rey de Judea) y le participan su misión. Herodes, manda a sus consejeros que consulten sus textos místicos y le digan si es verdad el relato de los magos:
llenga mio maiordoma que mios aneses toma idme por mios abades i por mis podestades por mis escribanos i por mis gramatgos i por mis streleros i por mis retóricos y decir m'au la verdad si sace ir escrito o si lo saben elos o se lo han sabido
y el fragmento acaba con recriminación entre dos de los rabinos (maestro hebreo que interpreta la Biblia).
La obra estaba destinada sin duda, a representarse en la catedral de Toledo, y el que la arregló dio pruebas de un cierto sentido teatral; sabe reanimar la acción dramática y dar viveza al diálogo. El Auto de los Reyes Magos, interesa sobre todo desde el punto de vista histórico como único ejemplar que poseemos de un género desaparecido y como piedra del teatro español.
La vieja epopeya española ha corrido la misma suerte que el antiguo teatro español; le faltan ejemplos de la época primitiva. Contra lo que se había creído hasta estos últimos años, se alega ahora que la poesía épica gozó de larga y vigorosa vida en España. Los godos, como todos los pueblos germánicos, tenían canciones que conmemoraban a sus héroes históricos o legendarios y, por mucho que se romanizasen, conservaron el temperamento y las costumbres de su raza. Al invadir a España, trajeron consigo sus cantos épicos, y según el señor Menéndez Pidal, la primitiva epopeya Castellana tiene sus raíces en esos cantares de los godos. Según esta teoría, la poesía épica española se había formado imitando los cantos de guerra de los godos; y habrá logrado vida independiente en el siglo X; esta poesía épica era cantada por juglares (de quienes hablaremos luego) que correspondía a los scopas germánicos. La poesía épica en Francia se inició al mismo tiempo que en España y es también de origen germánico. Por ello no es de suponer que la épica española fuera derivada de la francesa, según opinión de algunos. Eso sí, en época posterior, ha existido cierta influencia francesa en el siglo XII, cuando fue compuesto el Poema del Cid.
(Continuará)
El ejemplar de «La Comarca» nº 788, del 18-2-1934 no se ha localizado.
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Publicado en el periódico semanal de Ribadeo “La Comarca”, nº 789, el 25-2-1934.
(Continuación)
Es un poema en gran parte histórico. Verdad es que el jemita Masdeu, y otros escépticos, han puesto en duda la existencia del Cid; nada, sin embargo es más cierto. Está fuera de controversia que el Cid vivió en carne y hueso; pero que sean verídicas las proezas que se le atribuyen, es ya otra cuestión… La reacción contra el parecer de Masdeu ha sido completa: la existencia del Cid está universalmente reconocida, y, después de haber sido pintado como feroz bandido, corre ahora el riesgo de ser representado de nuevo con la aureola de un romántico. En esto hay exageración: los héroes de los poemas épicos de la Edad Media no son nunca románticos, ni galantemente enamorados. El verdadero Ruy Díaz de Vivar se distinguió en su juventud por su bravura, y ganó el nombre de Campeador por haber vencido en singular combate a un caballero navarro.
Conviene recordar que los hechos invocados contra el Cid provienen de cronistas musulmanes que necesariamente son testigos sospechosos. Pero, aun teniendo en cuenta esos prejuicios está probado que el Cid no se elevó sobre la moralidad de su tiempo. Era un aventurero pérfido, avaro, despiadado. No obstante, resulta igualmente que fue un temible cabecilla, y que sus adversarios, al mismo tiempo que le maldecían, le proclamaban “el milagro de los milagros de Dios y el conquistador de banderas”. Demostró que los cristianos tenían fuerza para luchar contra los musulmanes, representaba la supremacía de Castilla sobre León; al final de su vida fue mirado como un baluarte contra el islamismo, y sobrevivió en la imaginación popular cual símbolo de la victoria, de patriotismo y de la cristiandad.
El asunto y el espíritu del Poema son esencialmente castellanos, y la obra es notable por su, sencillez, su energía, su persuasivo realismo.
Hay trozos pesados, pasajes poco interesantes y hasta secos. Pero cuando trata de la inquebrantable lealtad del Cid desterrado, o de la vuelta a la gracias del infausto monarca; cuando celebra la derrota del conde de Barcelona o la capitulación de Valencia; cuando canta las bodas de doña Elvira y doña Sol con los infantes de Carrión, o la sed de venganza del Cid, que se obstina de sus cobardes yernos, el poeta está verdaderamente inspirado y seguro de sí mismo; ve las cosas desde el punto de vista contemporáneo y si el mismo no había tratado al Cid, conocía a sus soldados, y había podido informarse en las verdaderas fuentes. Posee el sentido histórico, o, más bien, el sentido de la realidad no falsea conscientemente los hechos; todo lo más que hace es guardar silencio sobre las flaquezas o crueldades de su héroe, y si embellece algo el carácter del Cid, no lo idealiza desmesuradamente. El estilo del Poema es desigual, generalmente poco verboso, casi sin comparaciones; su fondo es verdadero y apenas hay en él un rasgo fantástico, una leve inclinación a lo maravilloso. El poeta tiene absoluta sinceridad de expresión, cuyo efecto sabe variar contraponiendo al guerrero en medio del combate al esposo que se despide de su mujer y de sus dos hijas: su ternura fraternal, no amorosa.
El Cid ha sido cantado además en otros poemas; puede decirse que se le ha cantado en cada una de las fases de su vida. En el «Cantar del Rey don Fernando» y en el «Cantar de cerco de Zamora», era el vasallo fiel, el amigo del rey; en cambio en el «Cantar del mío Cid», es el guerrero desterrado y mal comprendido, el terror del islamismo. Su leyenda se extendió por todas partes, amplificada y embellecida caprichosamente por los poetas populares, que se alejaban más y más de los hechos históricos. Pero a poco, en la poesía popular, el carácter del Cid sufrió radicales cambios y le aconteció finalmente ser descrito con un cúmulo de pintorescos detalles, fantásticos y necios como un varón feudal, rebelde, insolente y fanfarrón.
De época algo posterior al Poema del Cid se conservan varios poemas de menos interés, porque no son más que traducciones o arreglos de otro extranjero. Hablaremos de ellos brevemente.
El poema «Disputa del alma y el cuerpo» fragmento de treinta y siete versos. En él se trata un tema favorito de la edad media, en que el alma y el cuerpo de un difunto contienda sobre quien tiene la culpa de los pecados.
La «Vida de Santa María Egipciaca», encierra la historia de esta santa, nacida en Egipto, primero pecadora y después arrepentida; sus aventuras en Alejandría, maldecida de sus padres; su viaje a Jerusalén y la aparición de los ángeles que la convierten, su purificación en el Jordán y vida en el desierto durante cuarenta y siete años, sin contemplar figura humana, su mente ejemplar y el entierro que de su cuerpo hace don Jocimás ayudado por un Seón que abre la huesa.
El «Libro de los tres Reyes de Oriente». En este poema de menos de doscientos cincuenta versos, trata la visita de los magos en los cincuenta primeros; los demás se refieren a la huida a Egipto de la Sagrada Familia, sorprendida en el camino por dos bandoleros. Uno de ellos, cruel y malvado, quiere maltratar a José y María y despedazar al Niño, pero el otro más caritativo, los conduce a su casa, donde la Virgen cura a un hijo leproso, del bandido. Este niño fue luego Dimas, el buen ladrón, mientras que el hijo del otro bandido fue Gestas, el mal ladrón.
(Continuarà)
El ejemplar de «La Comarca», nº 790, del 4-3-1934 (nº 791 y siguiente¿?), no se ha localizado.
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