Publicado en: EL Progreso de Asturias. Junio-1960
Allá, en las lejanías de la historia, un oso dio muerte a un rey. Un oso mató a Favila.
Todos los asturianos sabemos esto. Todos estamos bien dispuestos a creerlo a pies juntillas.
Asturias tiene dos partes bien marcadas; la costa y la montaña.
La costa es amable, plácida, riente… En algunas épocas, por sus prados, cantan grillos, vuelan mariposas… Esa apacibilidad se ve turbada, de vez en cuando, por el rumor de las olas del mar…
La montaña es todo lo contrario. Encrespada, brusca, dura… A veces se ve cubierta por el albo manto de la nieve. Y cuando no, deja ver sus aristas cortantes, sus picachos afilados. Hay en las faldas de esas alturas grandes espesuras vegetales. Masas en verde muy tupidas.
Por ellas campeaba, campea, el oso. Pero usándolas como baluarte. Para vivir, sin embargo, ha de salir a campo abierto, ha de dar la cara… Y entonces es cuando desbarata rebaños o introduce su hocico en los panales de las colmenas…
La afrenta que hizo un día un oso a la monarquía asturiana está vengada. Y bien. Han tenido que pasar varios siglos, a pesar de todo, para que esto pueda asegurarse.
En un pueblo asturiano – Cabañaquinta – hace pocos lustros, hubo un hombre valiente. Se llamaba Xuanón.
Xuanón de Cabañaquinta mató más de setenta osos. En el campo, a cuerpo limpio. Muy sencillamente. Con un cuchillo. Nada más.
En los tiempos que corren se puede decir que el oso ha venido muy a menos. Escasea. Y por consecuencia, está amparado por las leyes. No se puede cazar.
El oso no tiene apariencia de fiera. Tiene cara de inocente. Siempre me dio esa impresión.
Yo he visto, hace pocos años, los osos que traían las caravanas de «húngaros». Tales osos ambulantes se dedicaban a tocar la pandereta y al bailoteo… También los vi en los circos. Su «número» consiste, normalmente, en dar una vuelta en bicicleta… En un corto “esprint».
En el corazón de Asturias, en el parque de San Francisco de Oviedo, desde hace algunos años hay, para que se vea, un oso asturiano. Allí va viviendo feliz y contento. A diario come barquillos. Los niños, sus grandes amigos, se los dan.
La infancia siempre se llevó bien con el oso. La prueba está en que es mercancía de Reyes Magos. En las cestas de los camellos vienen osos de varios colores.
Yo sigo creyendo que un oso mató a un rey.
Pero quiero atenuar el rigor del regicidio. ¿No sería que Don Favila cometió alguna imprudencia?
Navia, Asturias.